Ese día, un domingo, 25 de setiembre de 2011, me despertó un chorro de agüita caliente que salió por mi vagina mientras dormía. Eran las 8 y 30 de la mañana. ¡Se reventó la fuente! Jose llamó a Rebecca, nuestra partera-obstetra, quien nos dijo que la labor de parto empezaría, probablemente, en las próximas 4 a 6 horas, pero que podía suceder que tardará mucho más, que me hidratara mucho y que comiera tranquila. Me bañé tranquila, Jose hizo el desayuno, y terminando de comer, a eso de las 9 y 30, empezaron las olas uterinas, mal llamadas contracciones. Muy bien, dijimos, empezó la cosa. Primero venían cada 15 minutos, 12 minutos, pero rápidamente se fue acortando la distancia entre una y otra, y en cuestión de minutos, ya eran cada 8, cada 6 minutos. Decidimos volver a hablar con Rebecca, para explicarle que el asunto iba más rápido de lo esperado. Entonces ella decidió en ese momento, venirse de Turrialba, donde vive. Al mismo tiempo, hablamos con Kristine, la doctora con quien llevé durante todo el embarazo el control prenatal. A los 20 minutos Kristine apareció. Para ese momento las olas venían cada 4 minutos o menos. Jose me decía que tal vez lo que yo sentía eran “réplicas”, por lo rápido que venían una tras otra. Tuve que ir a vomitar, y eso que ya había ido dos veces a defecar. A todo esto, mientras yo me balanceaba en la bola de gimnasia (mi mejor compañera de labor), Jose y Kristine corrían llenando la piscina donde nacería Emiliano. Cada tanto Kristine se detenía para hacerme cariñitos en la espalda, y Jose para darme un beso y decirme que lo estaba haciendo maravillosamente bien.
¿Qué pasaba por mi cabeza? Nada en realidad, yo estaba totalmente desconectada de mi parte racional. Solo sabía, o más bien sentía que estaba en medio de algo, de algo fuerte, duro y maravilloso al mismo tiempo, que debía hacer mi parte, que era vivirlo, enfrentarlo, con confianza, que debía respirar y hacer las posiciones que me ayudaran, que todo saldría bien. En realidad, es tan intenso todo, y todo iba tan rápido, que no da chance de pensar ni sentir temor ni nada, solo vivirlo. La cosa es que hora y media después de que empezaran las olas fuertes, ¡ya estaba dilatada de 8 centímetros! y las olas venían cada 2 minutos. Kristine llamó a Rebecca y le dijo que ni se le ocurriera parar de camino a tomar café, porque ya iba a nacer Emiliano. Yo sentía como Emiliano ya estaba empujando con su cabecita para querer nacer. En algún momento le dije a Kristine: “no esperemos a Rebecca, ya va a nacer, lo estoy sintiendo, ya quiere salir”. Entonces Kristine me dijo que aún no, que esperara un momentito, que ya estaba por llegar Rebecca.
Al momento ella llegó, alistó sus cosas, y me dijo que si quería me metiera a la piscina. ¡Qué delicia! En el agua la intensidad de las olas baja un poco, como que el cuerpo se relaja por el calorcito. Jose se metió conmigo en el agua, sentado. Por una cuestión instintiva, mi cuerpo se acomodó de cuatro patas, que fue la posición que mantuve durante toda la parte final del parto. Y durante todo ese rato, insisto, sin darme cuenta, mi cuerpo estuvo realizando la posición de gato-vaca de yoga. Hacía la vaca para empujar, y el gato para descansar. Las respiraciones que había aprendido en el curso de hipnoparto y en yoga, fueron mis compañeras incondicionales, junto con Rebecca, Kristine, y por supuesto Jose, a quien yo veía a los ojos cada tanto. El tenía una cara de felicidad inmensa, que yo no le había visto nunca antes, y esa mirada de felicidad y amor me recordaba que todo estaba bien y que cada vez estaba más cerca de ver y tocar a mi bebé. Físicamente lo que sentía era que me iba a cagar, así que les dije a las chicas que qué pena, pero que me iba a cagar. Ellas me decían que tranquila, que lo hiciera, que ellas tenían una redcita para recoger la caca si era el caso. Pero no, no era caca, era bebé lo que venía. En algún momento, pasados unos cuarenta minutos desde que entré a la piscina, Rebecca nos dijo que ya sentía la cabecita, que en unos dos o tres empujes más, saldría Emiliano. Entonces yo, que ya empezaba a cansarme, saqué fuerzas desde adentro y empecé a empujar con aún más fuerza cada vez que venía una ola, empujaba durante una buena cantidad de segundos, y cuando ya no “echaba” y la intensidad de la ola bajaba, descansaba sobre el pecho de Jose. Rebecca me estimulaba y sostenía el perineo en los ratos de descanso, mientras Kristine me echaba aguita caliente en la espalda y ponía flores de bach en el agua. Las dos me decían cada tanto que lo estaba haciendo maravillosamente, que todo iba perfecto. Durante toda la labor, cada cierto tiempo, Rebecca ponía un aparatito en mi panza para escuchar el corazón de Emiliano, que siempre latió a un ritmo totalmente normal.
Yo sabía que todo estaba bien. Hacia el final, cuando empujaba, sentía un poquito de ardor en la vagina, pero sabía que eran los últimos esfuerzos, así que le daba con todo, con todo, y hacía un rugido super grave, hacia abajo, ronco y profundo, “como el de un volcán a punto de hacer erupción”, dijo Jose. También empecé a decirle a Emiliano que ya era hora, que saliera, que lo estábamos esperando, que hiciéramos juntos el último esfuerzo. De repente, sentí que ya venía el bebé, me cuadré con más fuerza que nunca sobre mis brazos y piernas, hice un silencio y toda la habitación conmigo, mi cuerpo empezó a temblar y por efecto el agua también, y de repente, en medio de un silencio profundo, el sonido más grave y gutural que nunca antes había salido de mi boca, inundó todo el espacio y sentí algo caliente que salió de mi cuerpo. Ellos dijeron “ya”, o algo así, y yo como que no me lo creía, entonces le pregunté a Jose ¿ya salió? ¿en serio? Y mientras preguntaba, por instinto mi cuerpo se echó hacia atrás, Rebecca, tomó del agua a Emiliano, me lo pasó por entre las piernas y me lo puso en el pecho. ¡Oh por dios! qué maravilla, qué increíble, qué magia, no hay palabras, ni reír ni llorar ni gritar, no hay manera de expresar lo que sentí en ese momento. Emiliano empezó a llorar inmediatamente que salió del agua, y se fue calmando poco a poco. ¡Estaba muerto de frío!
Allí Jose y yo lo vimos, lo tocamos, lo escuchamos, felices, en paz, hasta que a los minutos sentí otra ola que venía, entonces Rebecca me dijo que saliera porque ya iba a nacer la placenta. Con Emiliano en los brazos, salimos a como pudimos de la piscinita, me senté en una especie de bacinete de madera, e inmediatamente la placenta cayó en un recipiente de metal que estaba en el suelo. Luego Jose, con ayuda de las chicas, le cortó el cordón umbilical a Emiliano, y nos metimos en la cama. Rebecca revisó la placenta, para corroborar que estuviera completa, y empezó a recoger el caos. Mientras, Emiliano se guindó de mi pecho y eso me provocó una felicidad y tranquilidad infinitas. ¡Fue facilísimo que mamara! Rebecca me revisó para confirmar que yo estaba bien, me dio una serie de recomendaciones, revisó también a Emiliano, lo midió, lo pesó, y después de eso, nada más me dediqué, junto con Jose, a observar y amar a nuestro bebé. ¡Emiliano hermoso! Yo te conozco, como diría Silvio, “desde siempre, desde lejos”, y ese momento en que vi tu carita por primera vez, quedará en mi memoria, desde siempre, para siempre.