Parto domiciliar: nuestra decisión

En las primeras horas del miércoles 14 de enero de 2015, arrancó por fin el parto de Ester, ese proceso en que tanto habíamos pensado y añorado durante gran parte del año anterior. Ese lapso, ese trance, ese momento límite – tan variable y tan único entre todos las gestaciones humanas – nos llegó sin pensar que se extendería casi por 48 horas.

(Acá un primer paréntesis:

Desde la óptica de salud moderna, si se nos permite llamarla «industrial», esa duración es inaceptable, extrema, anormal. Peor aún, si se aporta otro dato: ese miércoles se cumplía la semana 42 de la gestación.

Calificativos tales como: arriesgados,irresponsables, aventurados, tercos y similares, podrían ser aplicados a la ligera a unos padres primerizos, que decidieron que el parto de su hija fuera lo más natural y humanizado posible, en una casa llena de amor y de personas que esperaban con ansias a la nueva integrante de la familia. Por dicha, esos comentarios no cambiarían nuestra forma de pensar ni sentir nuestro parto, ese acontecimiento vital que nos ha reposicionado en el mundo y nos ha redimensionado la existencia.)

Regre

Cuando llega ese momento detonan múltiples sensaciones y pensamientos, por un lado se intenta despertar la adrenalina (principalmente en el papá y los acompañantes), la hormona antagonista de la señal que marca el ritmo del parto, y por otro lado, empieza la descarga constante de la amorosa oxitocina en las cantidades demandadas en el cuerpo de la mamá.

En nuestro caso la adrenalina la logramos mantener a raya. Esto gracias a muchos diálogos que tuvimos como pareja a lo largo del embarazo, así como el acompañamiento amoroso y la seguridad que en todo momento nos brindaron Marie y Rebecca, y a la transmisión de nuestro plan A, B y C de parto a quienes consideramos era imprescindible que lo supieran. Además de la incesante solicitud de oraciones y buenas vibras a tanta gente querida.

Para clarificar los planes fue fundamental tener como prioridad la salud de la bebé y de la mamá, y para ello era básico confiar. Acción casi en extinción entre las sociedades industrializadas como la nuestra, dónde todo pasa por controles incesantes (y muchos hasta innecesarios), dónde no se confía en la evolución de miles de años que hemos tenido como especie, dónde la desconfianza en las capacidades humanas es suplida por tecnicismos carentes de la sensibilidad consustancial a la condición humana y que ha sido sometida al imperio de la «razón», lo que conduce irremediablemente a la irracionalidad y esta a su vez ha provocado que las protagonistas del acontecimiento de un nacimiento (madre y bebé) sean desplazadas por terceros.

(Valga hacer un segundo paréntesis:

La posibilidad de recurrir a un hospital siempre estuvo como opción en caso de que las condiciones lo ameritaran, ya fuera por una complicación en la salud de la madre o la bebé, lo cual sería algo extraordinario, pues partimos de la premisa que todo nacimiento es una circunstancia natural y, como tal, no debe ser tratado como una enfermedad.)

Con la convicción puesta en la acción de confiar, cada una de las fases que conducirían a la bebé fuera del vientre materno, fueron dándose paulatinamente, lento y con buena letra. La confianza se vio potenciada por la fortaleza de Marce, su paciencia, su convicción espiritual y racional de dejar que el cuerpo realizar lo que sabía hacer en ese momento, sin colocarle obstáculos mentales ni físicos al fluir del cuerpo, respirando y cantando cada una de las contracciones, dejándose acariciar y guiar por quienes eligió que estuvieran en ese espacio tan sagrado donde Ester nacería.

Detalles tan sencillos pero que hacen grandes diferencias, como poder estar rodeada de las personas que la aman, que la cuidan, que le dan la sensación de bienestar, crearon el ambiente de protección que confeccionan todas las mamíferas para dar a luz. Detalles tan minúsculos pero tan vitales como tener la posibilidad de estar hidratada, de poder comer cosas livianas, tener en el cuarto luces tenues y aromas agradables, le dieron las energías necesarias para emplearlas en los momentos requeridos. Detalles que parecen obvios, pero que en el sistema de salud se saltan constantemente, tales como un trato atento, especializado y comprensivo por parte de las parteras, así como escuchar a la mujer para saber en cuál posición siente que el cuerpo le esta pidiendo parir, todo eso dignifica la experiencia del alumbramiento, le devuelven las características básicas y suficientes a lo que nuestras ancestras han hechos por milenios.

Por todo lo anterior optamos por un parto domiciliar. Pues lo consideramos un acto de resistencia.

(Tercer y último paréntesis:

Queremos indicar que cada uno de nosotros, desde las propias convicciones, defendemos el sistema de Seguridad Social costarricense con fuerza, pero lamentablemente la CCSS por la cantidad de mujeres atendidas versus la cantidad de personal que las atiende, así como prácticas de violencia obstétrica que los mismos funcionarios reconocen, y la necesidad de estandarizar un proceso que por naturaleza es único y diferente, hace de los hospitales públicos sitios alejados de los partos respetados. Por su parte el sistema de salud privado, si bien se adecua a algunas circunstancias que los progenitores solicitan, no están exentos de violencia obstétrica y su lógica sistemática es mirar la salud como una mercancía y no como un derecho, por lo que ésta otra opción no fue la seleccionada en primera instancia)

Escribió Ernesto Sábato en su obra La Resistencia, con respecto a la necesidad de volver a tener fe en la humanidad:

«… esto exige creación, novedad respecto de lo que estamos viviendo. La creación sólo surge en la libertad y está estrechamente ligada al sentido de la responsabilidad, es el poder que vence al miedo «

Ernesto Sábato

Si nos hubiésemos quedado pensando resignadamente que la única opción de parto era someterse a la violencia sistemática en un hospital, la historia sería otra. No habríamos podido permanecer siempre juntos antes, durante y después del nacimiento, el «imprinting» de la bebé con ambos no habría sido tan ágil como la naturaleza lo prevé y las posibilidades de intervenciones innecesarias hubieran sido muy altas. Por la lógica estandarizada en las salas de parto Ester no habría nacido por vía vaginal y sería una niña más que nacería mediante una cesárea innecesaria. El miedo paraliza. Si seguimos creyendo, por el miedo impuesto en Costa Rica, que todo neonato debe hacer su aparición en público en el escenario de un hospital, como sociedad seguiremos restando el poder vital que tienen las mujeres de parir, del fuerte y trascendental gesto de dar a luz.

Somos personas privilegiadas de poder haber tenido la información necesaria, los afectos profundos y los medios económicos para permitirnos seguir el ritmo e impulso natural de la vida humana, sabemos que buena parte de la población en nuestro país está imposibilitada de realizarlo así- De allí este acto de resistencia, de allí el apoyo al esfuerzo de mujeres como Rebecca y Marie, por medio de Mamasol, por humanizar el parto, nuestros partos. Seguimos confiando que actos de este tipo, serán vitales para heredarle a Ester un mundo en el que se difuminen los fantasmas del miedo que han despojado a las mujeres de poder decidir sobre sus cuerpos y sus hijos.

Ester nació a las 2:20 am en casa, plácida, tranquila y extenuada del gran trabajo que hizo junto a su mamá.